Las autoridades policiales han
tenido que salir a las calles no solo en Sarajevo, sino en gran parte de la
mayoría de ciudades de toda Bosnia / Las movilizaciones sociales contra el
Imperio Austro-Húngaro son enormes y muy numerosas. Hace escasos minutos han
comenzado a desplegarse los primeros dispositivos militares / El futuro, ante
todo, se presenta incierto
Marcos Zavala | Viena
No se trata de algo nuevo. De
hecho, viene de lejos. Serbia nunca ha aceptado que Bosnia sea una parte más de
Austria-Hungría. Y los bosnios, con estas cuasirrevueltas, confirman que
tampoco. Lo que está claro es que es algo que ha estado ahí desde aquel 1878 en
que el tratado de Berlín se hizo efectivo. Y no son pocas las tentativas
insurrecionales que han sido llevadas a cabo. El primer gran golpe fue el
asesinato de Alejandro I de Serbia. Ahora le ha llegado el turno al heredero al
trono austro-húngaro. Pero entre medias ha habido mucho más. Recordemos la mal
llamada por muchos Guerra de los Cerdos. Y los conflictos que durante los dos
últimos años han asediado vilmente a una población sufrida, decepcionada y,
sobre todo, cansada.
Por lo pronto, las manos
ejecutoras de este rastrero asesinato político ya han sido maniatadas. Ahora
queda lo más complicado: cortar la cabeza pensante. Pero no nos engañemos. Aquí
no hay malos ni buenos. O a lo mejor lo más correcto sería hablar solo de
malos. En cualquier caso, nada justificará jamás lo que hoy ha acontecido; ni
nada similar. La imposibilidad del diálogo abre nuevas puertas. Puertas que
jamás debieron ser abiertas, pero a las cuales no se encuentra la cerradura de
la comprensión y la empatía. Y de la complicidad.
Desde Viena ya han pedido
explicaciones. Solo queda esperar que el papel de Serbia en este intrincado
proceso sea el acertado. No se trata de sumisión. Hablamos de colaboración. Por
lo menos hasta que los misterios de este atroz crimen sean esclarecidos. Hay
que apresar a todos los culpables y, a raíz de eso, ya se verá qué pasa.
Esperemos que este complicado lapso de tiempo ayude a limar asperezas y a
verter borbotones de agua sobre un fuego incontrolado. Esperemos.
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